Maltrato animal en horario de máxima audiencia
En un polémico episodio de MasterChef Junior, uno de los concursantes tuvo que matar a una anguila para cocinarla. ¿Qué les estamos enseñando a los niños?
Hace unos días, las redes sociales se incendiaron durante horas a partir de lo sucedido en MasterChef Junior generando un interesante debate en torno a dos cuestiones fundamentales e interconectadas: los valores que transmitimos a nuestra infancia y la relación que mantenemos con los animales, donde la violencia es un factor clave que resultó imposible de obviar en esta ocasión.
Estudiando Magisterio comprendí que la educación se expresa, se programa y se ejecuta formalmente en las escuelas, pero que maestras y maestros, somos todos. Aunque no queramos, aunque la cuestión educativa nos resulte del todo indiferente es algo ante lo que el ser humano no tiene elección. Nuestras decisiones cotidianas contribuyen a generar el contexto y la sociedad que mamarán las generaciones recién llegadas, nuestro rastro es inevitable, observable y pringoso.
El pensamiento crítico es posiblemente una de las herramientas más importantes que docentes y personas en relación directa con la infancia debemos contribuir a desarrollar: la capacidad de observar la realidad cuestionándola, analizando la diversidad de dimensiones que la componen y extrayendo claves en abundancia suficiente para su interpretación.
Pero como todo proceso de aprendizaje, no podemos entenderlo en términos absolutos. El pensamiento crítico no es algo que se tiene o no se tiene, es un proceso que se desarrolla en distintos grados y evoluciona permanentemente también durante la vida adulta. Por tanto, aun asumiendo que pueda ser una clave para proteger a la infancia del riesgo de seguir repitiendo los mismos errores de la sociedad en la que crecen, esto no nos exime de la responsabilidad de construir una realidad segura donde puedan desarrollarse a salvo.
Después me licencié en Psicopedagogía para profundizar en las bases psicológicas de los procesos de aprendizaje: cómo aprendemos, qué nos impacta y qué elementos han de ser atendidos para orientar la tarea de los educadores sobre los educandos. De allí me llevé que los niños y las niñas no aprenden lo que queremos, cuando queremos, de la forma que queremos, sino que son sujetos activos y seres completos que reciben cada mensaje en su totalidad: con lo que se expresa y lo que subyace, lo que se permite y lo que se frustra.
Entonces comprenderéis mi horror cuando veo que en MasterChef Junior, un programa de máxima audiencia y en una televisión pública, un niño llamado Hugo despelleja y descuartiza el cuerpo de un conejo entero. Después Lucía, de 12 años, despluma visiblemente horrorizada una codorniz bajo la presión de demostrar su valentía.
Pero el momento estelar de la noche llega cuando Juan Antonio, de 10 años, ve que la anguila que deberá cocinar se encuentra aún con vida, retorciéndose sobre la tabla de cortar y tratando, inútilmente, de escapar. Todos los niños en el plató gritan nerviosos y Juan Antonio, como es normal, se asusta, negándose a matar al pez.
“Juan Antonio: la pones sobre la tabla y la cortas, ¡como un chef!”, le dicen mientras la anguila sigue agitándose en la mesa, tirando con sus agónicos movimientos las verduras que acompañarán el plato.
“Pero Juan Antonio, tío, la estás cortando con miedo, ¡no tienes que tenerle miedo!”, le dicen después mientras abre en canal el cadáver aún palpitante del pez al que acaba de cortar torpemente la cabeza.
MasterChef Junior, en realidad, le está diciendo a Hugo que para ser un “campeón”, es decir, alguien que merezca reconocimiento (y para eso, claro, hay que ganarle a otros), alguien valioso, importante y digno de un lugar, debe despellejar y despedazar el cuerpo sin vida de un conejo sin mostrar la más mínima duda, compasión o vulnerabilidad.
Le está diciendo que el cuerpo que sangra entre sus manos no es más que un ingrediente como cualquier otro, que el suave pelo blanco que separa desgarrándolo de la carne no es el abrigo de un animal que una vez sintió su mismo frío. Le está diciendo que desconecte su empatía, que empiece a amontonarla bajo alguna alfombra de la mente del adulto que será y que ignore la posibilidad de ver en esos ojos petrificados a alguien con quien podría jugar.
MasterChef Junior, en realidad, le está diciendo a Lucía que para ser valiente tiene que desoír sus emociones o, al menos, esconderlas un poquito, porque tener miedo y compasión es de cobardes. Le está diciendo que sentir tristeza por la codorniz que yace frente a ella no está permitido, no es legítimo; que sus sentimientos no valen y desde luego, no son importantes.
Le está diciendo que esa codorniz a la que sus brillantes plumas pardas un día sirvieron para camuflarse entre los matorrales, es algo insignificante, sin ningún valor. Que se las arranque, una a una, que no tenga piedad. Le está diciendo que la descuartice, que note crujir sus pequeños huesos al romperse, que ignore el corazón y las tripas que brotan de ese cuerpo sin vida y que en ningún caso piense si, quizás, ella preferiría volar.
MasterChef Junior le está diciendo a Juan Antonio que cuando un animal se retuerce mientras agoniza, debería reírse. Que si quiere ser un chef de verdad no puede tener miedo y que si no es capaz de decapitar con su cuchillo a ese animal que se asfixia frente a sus ojos, nunca lo será. Si Juan Antonio quiere cumplir sus sueños, tendrá que demostrar que es capaz de hacerlo a cualquier precio, que la empatía nunca le frenará.
Le está diciendo que ese pez que lucha por sobrevivir no merece la más mínima consideración, que atraviese su carne, que lo haga sin clemencia, que separe la cabeza del cuerpo de ese animal sin pensar que, quizás, preferiría seguir surcando profundas aguas durante sus travesías migratorias.
MasterChef Junior se lo dice a ellos y también a los millones de Hugos, Lucías y Juan Antonios que asisten desde sus hogares.
Queremos una sociedad más pacífica, más solidaria, más responsable, más consciente.
Pero yo me pregunto cómo será posible mientras sigamos forzando a nuestras criaturas a presenciar y practicar la crueldad contra los más débiles.
Cómo será posible si ni siquiera les permitimos decir NO a la violencia.